1) Enlentece el ritmo.
Incluso en el silencio descubrimos que nuestra mente sigue trabajando sin cesar: pensando, cavilando, repitiendo internamente una pieza musical… de esta manera malgastamos un caudal importante de energía.
Meditar permite moderar la velocidad de la mente.
2) Enfádate correctamente.
Cualquiera es capaz de enfadarse. Pero hacerlo con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento adecuado, con el propósito adecuado y de la forma adecuada no es fácil.
La ira se expande como el fuego. Debemos aprender a controlarla, negándonos a dañar a quien sea, no importa lo que pueda haber hecho.
Hay algo irracional cuando señalamos a una persona determinada como objeto de nuestra ira. Si una persona nos agrede verbalmente deberíamos dirigir el enojo contra las palabras, que son las que nos han molestado; o bien contra el desequilibrio, tanto del interlocutor (sosegado no habría actuado así), como propio (nos alteramos más de lo preciso). Pero optamos por dirigir nuestra ira contra la persona.
3) Cultiva la paciencia.
La felicidad se caracteriza por la paz interior, de manera que para ser felices necesitamos dominar las respuestas ante los pensamientos y las emociones negativas. El primer paso consiste en modular la respuesta ante ellos a medida que surgen.
El siguiente es contrarrestar esa provocación mediante la paciencia. Si resulta imposible impedir que la ira aflore debemos tener alguna técnica personal para no reaccionar con violencia ni agresividad.
4) Sé humilde.
Es importante distinguir entre la humildad genuina y la falta de confianza. En modo alguno son la misma cosa.
Tampoco es humildad esa sensación de falta de valía que a veces alguien se atribuye a sí mismo, llegando a considerarse casi un ser despreciable.
Hoy en día la humildad está considerada como una debilidad y no como un signo de fuerza interior, sobre todo en el contexto laboral. El exceso de ambición conduce con facilidad a un pensamiento demasiado centrado en el propio yo.
Ramón Roselló para Cuerpo y Mente.