Lo que esconde la infidelidad

No es ninguna novedad, los casos de infidelidad se han disparado en las últimas décadas. Y con más de 1.100.000 inscritos en la red social para infieles Ashley Madison, los españoles se colocan a la cabeza de Europa. Hasta hace poco, la infidelidad era un privilegio que se limitaba a los hombres pero cada vez más son las mujeres que confiesan haber sido alguna vez infieles. De hecho las españolas también superan la media europea en Ashley Madison con una tasa de más del 40% de mujeres registradas.

¿Qué esconde la infidelidad? ¿Una falta de principios morales? ¿Debemos de considerarla siempre como un acto puramente egoísta? ¿Un fenómeno en el que la dicotomía victima-verdugo es la única verdad? ¿O se trata de una condición biológica? ¿Qué otros motivos, además de los que típicamente se mencionan, nos llevan a dar el paso y cometer una infidelidad? ¿Qué propicia la infidelidad? ¿Y finalmente, qué papel juegan las instituciones matrimoniales sobre nuestra forma de concebir las relaciones de pareja?

infidelidad

Vamos a tratar de contestar a estos interrogantes, dejando a cada uno la libertad de sacar sus propias conclusiones. Lo interesante aquí es poner en entredicho algunas de nuestras premisas heredadas culturalmente para dirigirnos hacia una comprensión más completa de lo que sucede en la infidelidad.

Existen varias formas de interpretar este fenómeno. La postura que más comúnmente se observa es la que considera que los affairs son una violación de la confianza y una traición de la relación. La persona que comete la infidelidad es vista como una persona con pocos valores morales, que actúa sin tener en cuenta las consecuencias traumáticas que su comportamiento puede engendrar en su pareja. Las miradas por lo tanto se giraran hacia la única persona responsable: la persona infiel.

Sin embargo algunos terapeutas con enfoque sistémico por ejemplo , entenderán la infidelidad como un síntoma que refleja un problema en el seno la pareja. A esto le llaman “triangulización” (o “triangulación”) y hace referencia a la necesidad de catalizar en un tercero (el o la amante) la energía conflictiva de la pareja con el fin de estabilizar momentáneamente la relación. Los problemas de pareja no tienen por qué siempre ser evidentes y escandalosos, a veces permanecen latentes durante años, creando una distancia emocional en la pareja igualmente dañina.

Por otra parte, algunos científicos afirman que los seres humanos estamos programados para estar enamorados el tiempo suficiente para procrear: unos tres años. Un poco como lo que sucede con el filtro de amor en la famosa leyenda de Tristán e Isolda.

Esta idea además se confirma en estudios realizados mediante resonancia magnética que han demostrado que cuando nos enamoramos, se producen cambios químicos intensos en el cerebro (la dopamina juega un papel importante) que pasado un tiempo, se desvanecen. También es común escuchar otro argumento apoyado en la afirmación de que muy pocas especies de primates son realmente monógamas y que por consiguiente, nosotros tampoco debemos estar hechos para ello. Sin embargo, aquí difiero. Para empezar no creo que reducir la explicación de nuestra conducta sexual a una tosca comparación simplificadora sea de lo más sensato. ¿Acaso no son precisamente esas complejidades las que caracterizan al ser humano? Además, cada especie tiene sus propias particularidades. En el mundo de los caballitos de mar por ejemplo, es el macho el que da a luz. Y como ejemplo de lealtad y fidelidad, cabe señalar que ciertas especies de lechuza se emparejan de por vida y desarrollan un lazo emocional muy estrecho con su pareja. Se muestran muy afectuosos el uno con el otro e incluso se aparean como una forma de demostrar su cariño, sin que existan intenciones de reproducción. Cuando uno de los miembros de la pareja fallece, el otro entra en una gran depresión hasta perder todo interés por seguir viviendo. La posibilidad de emparejarse con otro búho ni se contempla.

Los celos, el engaño y la traición sin embargo, son emociones que únicamente los seres humanos experimentamos. En este articulo, se hace referencia a Buss et al. (1992), quienes indican que la psicología de nuestra especie se ha diferenciado sexualmente, y que esto queda particularmente ilustrado por la experiencia subjetiva de celos en ambos sexos.

En este otro articulo, se menciona a Raul Espert, un neuropsicólogo, quien a pesar de mostrar una actitud escéptica respecto al amor duradero en casi todo el artículo, reconoce sin embargo que existen personas que tienen cierta predisposición genética a ser más fieles que otras. Generalmente, estas personas se caracterizan por tener múltiples receptores de oxitocina (hormona de la confianza) y de vasopresina (conocida como hormona de la monogamia). Así, a pesar del transcurso de los años, algunas personas de 60 ó 70 años parecen seguir teniendo activas ciertas zonas del cerebro propias al estado de enamoramiento.

Por otra parte, pienso que la experiencia de ambivalencia, de verse tambaleado de un lado a otro por emociones o necesidades opuestas, es parte fundamental de nuestra condición humana. Por un lado anhelamos la intimidad (el placer de ser conocido y conocer al otro), la seguridad y la comodidad, y por otro, queremos ser autónomos y libres de hacer lo que nos apetezca cuándo y cómo queramos. De hecho este conflicto que vivimos internamente se manifiesta ya a una edad muy temprana. Así, como bien explica Daniel N. Stern en su libro “Diario de un bebé”, cuando un niño a penas empieza a andar, experimenta por un lado lo que llamamos sistema de apego, una fuerza que tira de él hacia su madre, y opuesta a este sistema de apego está la curiosidad por el mundo, que le atrae hacia el entorno para explorarlo (sistema exploratorio).

En un articulo escrito por Michele Scheinkman, se hace referencia a Laura Kipnis, autora del libro “Contra el amor: Una Polémica” (2003). Kipnis dice que si nos basamos en los datos que muestran una dominante insatisfacción con la condición del matrimonio y un porcentaje de divorcios y aventuras extramatrimoniales cada vez más alto, es fácil darse cuenta de que algo va mal. Algo no está funcionando. Kipnis explica que el modelo de matrimonio o de pareja que tenemos conceptualizado no nos vale porque no está adaptado ni a la verdadera naturaleza humana ni a nuestra época.

En cuanto a las motivaciones que nos llevan a tener un affair, pueden variar de acuerdo al género. Para las mujeres, el detonante para ser infiel está generalmente ligado a problemas de comunicación en la relación, el no sentirse suficientemente valorada y deseada, o la existencia de demasiadas presiones familiares (como acto de rebeldía). Los hombres en cambio, destacan más la necesidad de evasión cuando se instala la rutina o hay problemas en la relación. Los hombres que gozan de cierto poder socio-económico también son más proclives a ser infieles y sorprendentemente, cuando la mujer está embarazada, la posibilidad de infidelidad de su pareja se quintuplica.

Cabe señalar que las mujeres, por la herencia de sus antepasados y su condición de portadoras de bebé, necesitan aferrarse más fuertemente a la previsibilidad y la seguridad. Los hombres, en cambio, están más preparados para la libertad.

También existen otras fuerzas emocionales que llevan a una persona a tener una aventura. Según Emily Brown, los affairs tienen poco que ver con el sexo. Son más bien una manera de contrarrestar temores, desilusiones, ira y sensaciones de vacío. Abrams Spring por su parte habla del deseo de auto-descubrimiento, de novedad, de reencontrarse con una parte olvidada de sí mismo, o incluso un intento de devolver vitalidad en una fase de pérdida o tragedia. También puede surgir de la confusión con respecto a la orientación sexual, en adicciones sexuales o como forma de venganza.

 

Por otra parte, aunque en la mayoría de los casos la infidelidad supone un trauma y sufrimiento difícilmente reparables, es importante tener en cuenta que no siempre tiene consecuencias desastrosas en la pareja ni afecta a las personas de la misma manera. Las circunstancias de cada pareja son muy particulares y no podemos generalizar nuestra realidad a la de los demás.

Laura Kipnis también explica que la independencia y libertad de nuestra pareja nos produce tal grado de ansiedad que tendemos a buscar desesperadamente una forma de restablecer la seguridad y tranquilidad a través de sutiles y no tan sutiles presiones coercitivas mutuamente impuestas: “no puedes dejar la casa sin decir a dónde vas”, te he dicho que odio cuando…”, etc. Sin embargo, cuando la relación se convierte en algo demasiado organizado y predecible, el deseo difícilmente puede sobrevivir. El deseo necesita de la espontaneidad para surgir.

Stephen Mitchell (2002) afirma que cuando manejamos mal nuestras contradicciones internas, encogiendo el deseo, creamos paradójicamente las condiciones ideales para una infidelidad. Sin embargo se muestra más optimista que Laura Kipnis y dice que aunque el amor romántico es difícil de encontrar y más aún de mantener, la reconciliación de estas dos partes no es imposible.

Comparto la visión de Stephen Mitchell y añadiría a esto que para que el deseo pueda perdurar, es imprescindible cuidar la relación creando momentos y espacios de ocio con nuestra pareja, fuera de nuestra acelerada vida. El peligro aparece cuando los intercambios se reducen a asuntos únicamente domésticos. Y sabemos que el erotismo y la domesticidad no coexisten bien. Es muy importante dejar huecos para actividades y risas que los dos puedan disfrutar, fomentando así la espontaneidad y por ende, el deseo. Además, cada uno también debe de poder gozar de un espacio reservado para sí mismo. No es recomendable compartirlo todo con la pareja. Es un error pensar que el otro debe de llenar todas nuestras necesidades. De hecho, esta ilusión de plenitud con nuestra media naranja que jamás alcanzaremos es la fuente misma de muchas frustraciones. No obstante no existe ninguna regla universal, cada pareja debe buscar el equilibrio que les sirva a ellos. Algunos por ejemplo prefieren vivir separados, y para otros es una idea inconcebible. En cualquiera de los casos, una comunicación abierta así como un diálogo honesto son los pilares fundamentales para construir y mantener una relación sana. Demasiado misterio puede dar lugar a fantasías infundadas (o no) sobre el comportamiento del otro y malentendidos que se alimentan rápidamente. En estos casos, la relación se vuelve tóxica y hostil y se crea el terreno perfecto para una posible infidelidad .

por Jasmine Murga


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