La elección y formación de la pareja

Antes de que veas estos consejos sobre la elección y formación de la pareja, me gustaría que vieras este víde0 que trata sobre el amor.

El amor puede ser algo volátil con el pasar de los años. Algo que envejece pero que si le ponemos esfuerzo puede volver a florecer:

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Robert Johnson (1983), psicoanalista jungiano, expone que en nuestra cultura occidental, el amor romántico ha llegado de alguna forma a ocupar el lugar de la religión y es en esta esfera donde hombres y mujeres buscan significado, transcendencia, plenitud y éxtasis.

¿Cómo elegimos a nuestra pareja?

Según James Framo (1996), psicólogo americano, lo ocurrido en la familia de origen se va transmitiendo a las siguientes generaciones. Así, las experiencias relacionales de la infancia se reproducen en las relaciones amorosas. Cuando hay conflictos no resueltos con la familia de origen, la creación de la pareja representa la esperanza de revivir, corregir, compensar y superar aquel desarrollo familiar deficiente.

Los niños que son criados en un ambiente relativamente seguro y coherente, tendrán más facilidad para establecer vínculos sanos con sus futuras parejas mientras que aquellos niños que fueron víctimas de grandes injusticias o desempeñaron el rol de chivos expiatorios en su familia, por lo general manifestarán más dificultades en sus relaciones intimas. Con “chivos expiatorios”, me refiero al fenómeno de triangulación. Es decir, cuando uno o ambos padres hacen partícipes a sus hijos (puede ser un hijo en concreto o varios) en conflictos parentales u otros conflictos de adultos, pidiéndoles incluso que tomen partido a veces, de forma directa o indirecta. Es particularmente nocivo cuando el adulto intenta crear alianzas con el hijo en contra de otro adulto que también es una figura significativa en la vida del menor. Este tipo de disfuncionamiento familiar provoca en el niño sentimientos de indefensión, culpabilidad, inseguridad, estados de ansiedad, depresión, conductas regresivas, problemas escolares, etc. En definitiva, repercute negativamente en su equilibrio emocional ya que sus necesidades infantiles quedan relegadas a un segundo plano. Si estas carencias afectivas no se solventan lo antes posible, se acentuarán en la adolescencia, y hasta pueden permanecer a lo largo de la vida adulta.

La selección de pareja, por lo tanto, no es casual. Inconscientemente, tendemos a elegir nuestras parejas en base a necesidades no cubiertas en la familia de origen con la esperanza de que nos ayudarán a revivir y cicatrizar heridas del pasado (frustraciones, miedos, etc.). Aunque evidentemente, no siempre acertamos en la elección. Y cuando repetidamente experimentamos fracasos en nuestras relaciones amorosas, es importante entender de dónde proviene esa predisposición a elegir sistemáticamente personas inadecuadas para nosotros. Muchas veces nos sentimos desconcertados y atribuimos estas coincidencias a factores externos como la “mala suerte en el amor” o a través de afirmaciones de tipo “es que todos los hombres son iguales”, prefiriendo mirar hacia otro lado que dentro de nosotros mismos. Aunque una situación nos produzca mucho sufrimiento, a veces el miedo al cambio es aún más fuerte. Queremos cambiar sin cambiar realmente. Entonces nos quedamos estancados en una narrativa rígida, perpetuando estos patrones de interacción porque el cambio significa destapar cosas que no estamos dispuestos a ver.

Una vez formada la pareja, se establece un especie de acuerdo implícito entre los miembros. Si alguien necesita ser cuidado y protegido, buscará a alguien que esté dispuesto a cumplir esta función y que cure las carencias sufridas en la infancia años posteriores. La persona protectora en cambio, disfrutará de la gratificación y sensación de competencia que le procura cuidar del otro.

Por otra parte es interesante observar que lo que en un principio nos atraía en el otro termina constituyendo a menudo el principal motivo de conflicto en una pareja. Así, es bastante común sentirse atraído por lo diferente en un primer momento pero con el paso del tiempo, paradójicamente, esa misma diferencia puede acabar viviéndose como una amenaza al vinculo. Pasamos del discurso “lo que me llamó la atención de mi mujer fue su dulzura y serenidad” a “es que ya no soporto su pasividad, me entran ganas de sacudirla para que reaccione”. Poco a poco tendemos a querer minimizar las diferencias en la pareja, tratando de moldear al otro para que encaje con nuestras expectativas y necesidades.

¿Qué tipos de pareja existen?

Según la perspectiva sistémica, una corriente en psicología, la conducta de cada miembro (en cualquier relación) es causa y a la vez consecuencia de la conducta del otro. Es decir, se da un patrón de interacción circular en el cual los comportamientos son interdependientes. Un miembro extremadamente responsable en una relación por ejemplo, convertirá casi inevitablemente al otro miembro en irresponsable. Tenderá a adelantarse sin dejarle la oportunidad al otro de demostrar que también puede ser responsable. El miembro responsable no solamente incapacita al otro miembro (“pobre chiquitito que no sabe hacer nada sin mi”) sino que además suele ocurrir que cuando “el irresponsable” muestra tentativas de querer tomar la iniciativa, éstas se vean automáticamente abortadas por la persona responsable, ya que suele exigir que las cosas se hagan a su manera. Sin embargo, aunque parezca a priori que la persona responsable tenga más autoridad en la relación, la persona irresponsable también goza de mucho poder. Incluso puede que de más poder, debido a su fuerza oculta. Su posición de “mimado” le confiere una gran comodidad que difícilmente va a querer cambiar y mientras el otro miembro se altera, desespera, etc., él permanece con una tranquilidad imperturbable que vuelve todavía más histérico al otro. Y allí reside toda la fuerza de su poder.

Dentro de las relaciones de pareja existen dos tipos de interacción:

–       La complementariedad. Dos personas intercambian conductas diferentes que se complementan: una cuida y la otra es cuidada, una decide y la otra sigue, una enseña y la otra aprende, etc.

–       La simetría. Dos personas intercambian el mismo tipo de conducta. No existen dos niveles diferentes en la posición de cada uno sino que la relación está basada en la igualdad. Sin embargo, este tipo de interacción es más proclive a la competencia o la rivalidad. Esto puede llevar a luchas de poder en forma de escaladas simétricas que pueden desembocar en fuertes discusiones y hasta en violencia física. La única manera de poner fin a esta escalada es que uno de los dos miembros decida abandonar la batalla, volviendo de esta forma a una interacción complementaria.

Ambos tipos de interacción son necesarios para que la relación sea satisfactoria. Lo deseable es que se den de forma alternada, donde los miembros de la pareja se relacionen de forma complementaria en algunas áreas y simétricamente en otras. La disfuncionalidad por lo tanto, aparece cuando el patrón de interacción se vuelve rígido.

por Jasmine Murga


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