Harta de Pamplona, de este pueblo pequeño, provinciano; me voy a ir a Londres -antes era París, ahora Londres-; y allí haré una nueva vida.
Para que el cebo sea mayor y me autoengañe con más facilidad en mi huida y, la excusa en casa sea perfecta:
«aprenderé el inglés y vendré con un inglés de puta madre, será mi trampolín para la empresa privada». Estudiar en Ursulinas toda la vida, estudiar en la Universidad de Navarra, no he salido a ver mundo y estoy enquistada en esta pequeña ciudad de provincias donde todo es tan monótono y vulgar que no me satisface absolutamente nada.
Si no fuera por mi viaje de estudios en el bachiller que fuimos a Roma y el viaje de estudios universitario que fuimos a Cuba, seguiría sin haber salido de esta pila de piedra cerraba que es Pamplona del siglo XIII. (¡Lo que es la edad, siendo la ciudad más cómoda del mundo y en la que mejor se vive!).
«Necesito salir, me ahogo, quiero respirar, vivir, quiero hacer mi vida, sino me voy, explotaré de un momento a otro,… ¡esto no es vivir, estoy harta de Pamplona!». Decido ir a Londres. Allí aprenderé la verdadera vida, a solucionar las cosas a mi manera, sin críticas, sin represalias, sin tener que consultar a los padres, ni a mi novio… Por fin seré libre.
Tras 1 mes de trasiego económico y sobre todo emocional, llegó el día que tenía que ir a Bilbao vía Londres. Fue en autobús, no quería ver caras largas ni sermones de mi madre, que me tienen la cabeza totalmente loca, todos dicen sus opiniones.
El avión en poco menos de una hora y media aterrizó en Londres… yo, mis maletas, mi vida en un puño y 1.000 euros para salir adelante, no quise más. Las vicisitudes, los desplantes, la soledad, la carestía, el poco dinero, lo caro de la ciudad,…; acabó por escarcharme del todo. Sola, sin nada, sin trabajo, sin familia, sin hombro donde llorar; acabé en un centro de Salud.
Me tomé el ansiolítico y estuve sin dormir pensando en mi vuelta: lo siento, pero yo no vuelvo a casa, les he engañado:
– «Estoy que no lo creo» (de mal que estoy);
– «Esto es vida, lo de Pamplona es un tormento» (pero ni cómo ni duermo en paz);
– «Cada día estoy más contenta con esta vida internacional» (me sobrecoge, me supera, me cuesta levantarme y duermo intranquila);
– «Estoy conociendo a unos hindúes maravillosos» (estoy más sola que la una, pero esto es lo que he querido)…
Así en mis mensajes, cómo voy a volver.
No se puede salir de tu ciudad buscando la madurez si no la tienes, en una ciudad tan inhóspita y salvaje como puede ser Londres. Huir no favorece el desarrollo, sólo en un clima sosegado y queriendo madurar puedes madurar de verdad, y después volver a Londres o donde quieras, pero fuerte y segura.
¿Merecen la pena tantos infortunios? Cuando me lo contaba me acordé del hijo pródigo… sigue siendo verdad, la verdad de hace 2.000 años que cuenta San Mateo. Estamos tan ocupados en dar a nuestros hijos lo que no tenemos, que no nos queda tiempo para darles lo que tenemos: seguridad, un poco de hambre y un poco de frío, frustraciones para saber resolverlas, menos dinero y más tiempo dedicado a ellos, más dureza en nuestras actuaciones, con todo el amor, pero más duros… para que aprendan de qué va la vida. Tantos vicios que tienen que ir a Londres para darse cuenta que no han madurado y que huir no soluciona nada, lo empeora.
Emilio Garrido Landívar es psicólogo.
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