A finales de los años sesenta, Carolyn Weisz, una niña de cuatro años de edad fue invitada a una sala de juegos, en el campus de la Universidad de Stanford. La habitación sólo tenía una mesa y una silla. Carolyn se sentó en la silla y le pusieron delante tres bandejas: una con una galleta, otra con un bombón y otra con un malvavisco. Carolyn eligió la bandeja del malvavisco.
Un investigador le hizo una oferta a Carolyn: ella no podía comerse el malvavisco mientras él estuviera ausente. Si cuando regresara seguía el malvavisco en la bandeja, él le daría otro de premio y se podría comer los dos. Si ella hacía sonar una campanilla que estaba sobre la mesa él regresaría corriendo y así ella se podría comer el malvavisco pero perdería el segundo. Luego, salió de la habitación.
Ella supero satisfactoriamente la prueba y obtuvo su recompensa.
Las secuencias de estos experimentos, que se llevaron a cabo durante varios años, son conmovedoras. La lucha de los niños para retrasar la gratificación es digna de ver. Algunos se tapan los ojos con sus manos o se dan la vuelta para que no puedan ver la bandeja. Otros acarician el malvavisco como si fuera un pequeño animal de peluche.
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La mayoría de los niños no esperaron al premio de un nuevo malvavisco y sucumbieron a la tentación. Lucharon para evitar la tentación durante un promedio de menos de tres minutos. «Algunos niños comieron el malvavisco en seguida», dijo Walter Mischel, el profesor de psicología de Stanford a cargo del experimento.
Cerca de un treinta por ciento de los niños, sin embargo, fueron como Carolyn. Lograron aguantarse y retardar la gratificación hasta que el investigador regresó, unos quince minutos más tarde. Estos niños lucharon contra la tentación y encontraron una forma de resistir.
El objetivo inicial del experimento consistió en identificar los procesos mentales que permiten a algunas personas retrasar la gratificación.
Mischel comenzó a notar un vínculo entre el rendimiento académico de los niños en su etapa adolescente y su capacidad de esperar al segundo malvavisco. Mischel envió un cuestionario a todos los maestros de los seiscientos cincuenta y tres sujetos que habían participado en el test del malvavisco, que estaban por entonces en la escuela secundaria. Preguntó por todos los rasgos que se le ocurrió, desde su capacidad para planificar y pensar en el futuro a su capacidad para hacer frente a los problemas y llevarse bien con sus compañeros. También pidió su SAT.
Mischel comenzó a analizar los resultados y se dio cuenta de que los niños que sucumbían a la tentación parecían más propensos a tener problemas de comportamiento, tanto en la escuela como en casa. Tenían menor SAT. A menudo tenían problemas para prestar atención y les resultaba difícil mantener las amistades. El niño que podía esperar un cuarto de hora tuvo una puntuación SAT que fue, en promedio, doscientos diez puntos superior a la del niño que podía esperar sólo treinta segundos.